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Mg. María Rosa Mariani E Club Conurbano
09/09/2019
Guillermo Enrique Hudson y "La Grieta"
El 18 de agosto, miembros de la Asociación de Amigos del Museo Hudson, del Rotary E Club del Conurbano y la Agrupación de Scouts, recordaron al notable quilmeño en un nuevo aniversario de su fallecimiento.

Frente a su busto en la Plaza del Bicentenario se depositaron ofrendas florales y se plantó un Tarumá, “el árbol” del Capítulo uno de la centenaria autobiografía: “Allá Lejos y Hace Tiempo” para recuperar el legado de un adelantado a su tiempo. El que ya a fines del Siglo XIX alertaba sobre la acción devastadora del hombre sobre el mundo natural, convirtiéndose en el primer ambientalista y el que abrazó con fervor la defensa de los seres vivos, alertando sobre el riesgo de desaparición del gorrión en Londres por efecto de la polución. Una predicción cumplida para una ciudad que recuperó el canto del gorrión recién hace unos pocos años. Con un concepto apropiado para cada momento, su palabra cobra cada día mayor vigencia.

En una fecha coincidente con el Día del Niño, se recuperaron sus recuerdos de la infancia en Chascomús, al comentar los dichos en los que el naturalista se convierte en el más acabado retratista de la “brecha” de su tiempo. Con pasajes ligeramente adaptados de Allá Lejos y Hace Tiempo, se evocó al notable quilmeño que desde los retratos de la sala, integra y concilia a los actores de una grieta con historia en nuestro país.

“Era una casa imponente, un verdadero palacio a los ojos del niño, con cientos y cientos de plantas, habitaciones tan cómodas. Tenía una gran sala, muy bien decorada, donde se perdían las risas de los chicos mientras corrían bajo la misteriosa mirada señora del cuadro, que con sus negros ojos parecía estar controlando cada uno de sus pasos. Una hermosa mujer, la esposa del jefe supremo del país, Rosas, Doña Encarnación, lucía en la pared que su papá había elegido para traer a los personajes más famosos de la República, a ese, su pequeño mundo.

Cerca de Doña Encarnación, colgaba el retrato del ministro de guerra, que no era en colores, ni tenía atractivo alguno en su rostro. Pero era un honor que un vecino tuviera semejante cargo. Tenía una estancia en Chascomús, al este de su casa.

Del lado opuesto, la imagen del capitán general Urquiza, provocaba nuestro rechazo. Había sido durante años la mano derecha de don Juan Manuel. Se decía que lo había apoyado en el norte, pasando a degüello a cientos de sus enemigos, pero estaba conspirando en su contra con la con la ayuda del ejército brasileño. A sus ojos de niño, un traidor.

Pero el gran lugar de la sala, el puesto de honor sobre la chimenea, lo ocupaba un retrato en colores del gran personaje, Rosas. Un hombre de rostro de rasgos regulares y fino perfil, con pelo tan claro, casi rubio, y ojos tan azules, que parecía un Inglés, rodeado de banderas, cañones y ramas de olivo. Daba miedo mirarlo. En casa decían que Rosas era el hombre más grande de la República, y que podía decidir sobre la vida y la propiedad de todos los ciudadanos. Que podía ser terrible con aquellos que desafiaban su autoridad, por eso sus enemigos (que los tenía, y muchos), lo llamaban el “Tirano”, el “Dictador”, o el “Nerón de Sudamérica”. Aunque su padre le tenía un gran respeto, confiesa que posturas tan opuestas lo confundían, y que llegó a creer que todos los crímenes cometidos, toda la sangre derramada por Rosas durante casi un cuarto de siglo, no podía ser medida con la misma vara que los crímenes cometidos por un ciudadano común. Que todo era por el bien del país.

De adulto, y lejos del país, lo vio como el más grande de los alcanzaron el poder en un continente de jóvenes repúblicas sacudidas por constantes conflictos internos y revoluciones. Durante los más de veinte años que duró su poderío, don Juan Manuel demostró ser uno de caudillos y dictadores más sanguinarios pero uno de los más originales que tuvo América. Con su caída y el fin de su dictadura, terminó el tiempo de paz y prosperidad en la provincia y comenzó para la República un largo período con revoluciones, sangre y anarquía”.

Mg. María Rosa Mariani – E Club Conurbano